miércoles, abril 18, 2007

 

La sagrada transformación del cobre

Alquimias milenarias de Luis R. González

Una tecnología sagrada
no de los rasgos más sugestivos de la metalurgia andina prehispánica, es que los procedimientos técnicos que fueron desarrollados y el paulatino incremento de la escala de la producción a lo largo de los siglos no estuvieron impulsados por consideraciones prácticas.

No fue pretensión de los antiguos artesanos obtener herramientas más eficientes y duraderas, ni armas más poderosas. Los esfuerzos y la inventiva se concentraron en lograr piezas con determinadas cualidades estéticas, pero poniendo atención en ciertas normas culturales -no sólo físicas y químicas- para la transformación de los materiales.

En la forma de procesar la materia se encontraban principios culturales que la gente utilizaba para ordenar y estructurar la realidad, de un modo similar a como lo hacía con el lenguaje.

Un claro ejemplo de esta dialéctica entre intereses sociales y comportamientos tecnológicos es el desarrollo de las técnicas de enriquecimiento de las superficies de los objetos, a través de las cuales los orfebres del norte peruano realizaron aleaciones de cobre con plata, de cobre con oro o de cobre con plata y oro a la vez, e inventaron específicos y asombrosamente complicados procedimientos destinados a platear o dorar las piezas.
Dichos procedimientos respondían a actitudes primordiales del sistema de creencias andino, dentro de las cuales el color de la superficie no era sólo una cualidad visual, sino que implicaba exponer la esencia misma del metal. Dicho de otra manera, el tratamiento para lograr el color superficial representaba la manifestación externa de la naturaleza íntima de la aleación.

En el otro extremo de la región andina, los artesanos Aguada del noroeste de Argentina descubrieron que la colada por cera perdida, un método con extremas dificultades técnicas, era el procedimiento adecuado para producir las placas de bronce que en su iconografía resumían los símbolos fundantes de una antiquísima corriente mítica surandina. Al respecto, es de interés reparar en que los motivos plasmados en las placas Aguada serían retomados mucho más tarde en el Punchao, la estatua de oro que contenía las cenizas de los soberanos inkas y que presidía la plaza central de Cuzco, el Coricancha.

De igual modo, el culto solar enfatizado por el Estado Inka, que en Aguada se manifestó en la adoración felínica, parece no ser haber sido más que la sistematización con fines políticos de aquella primordial corriente mítica. Varios elementos más de la copiosa religión Aguada tuvieron amplia vigencia en los Andes prehispánicos. Entre ellos, ninguno tan dramático como las prácticas sacrificatorias y el culto a las cabezas trofeo.

En este sentido, puede no ser casual que una variedad de hachas comenzaran a ser objeto de producción en el noroeste argentino a partir del siglo V d.C. y mucho más desde el siglo X en adelante. Si bien esto podría llevar a pensar en un impulso hacia la obtención de herramientas, los estudios de laboratorio sobre este tipo de piezas, aunque esporádicos, mostraron que en la mayoría de los casos los filos no estuvieron adecuadamente preparados como para cumplir con desempeños exigentes, por ejemplo, talar árboles.

Algunas de estas hachas actuaron, probablemente, como símbolos de poder o, tal vez, estuvieron involucradas en el cercenamiento de cabezas. Alberto Rex González recogió un interesante testimonio histórico, producido durante los primeros tiempos de la conquista española en el Norte Chico chileno.

El cobre participó activamente en la divulgación de las concepciones religiosas de las sociedades prehispánicas por sus cualidades físicas intrínsecas, tales como el brillo y el color, pudiendo este último ser modificado a través de las aleaciones. Su plasticidad permitía, además, dotar a los objetos, tanto por repujado de chapas como por colado en moldes, con representaciones significativas del mensaje sagrado.
Pero también, a diferencia de otros materiales utilizados en los Andes, el metal resultaba ser un producto excepcional que contenía en sí mismo la potencia de las divinidades celestes y los misterios del devenir de la vida sobre la tierra. En forma adicional, su producción involucraba aplicar un particular nivel de conocimiento técnico y entrenamiento, los cuales, probablemente, estuvieran restringidos a determinados sectores de las sociedades.
En este cuadro, no es arriesgado pensar que los metalurgistas prehispánicos, más que meros artesanos, fueron intermediarios entre los humanos y las deidades, propietarias tanto del saber técnico como del esotérico. La jerarquía que estos personajes habrían alcanzado en el seno de las sociedades podría estar señalado por las características de algunos contextos funerarios. Uno de los casos más interesantes, Tarragó, es el de la denominada Tumba 11 de la Isla
de Tilcara, en la quebrada de Humahuaca, Argentina.
La necrópolis de la que forma parte, ubicada en un espacio topográficamente destacado, llamado El Morro, fue excavada por Salvador Debenedetti a principios del siglo XX. La tumba, emplazada en el centro del cementerio, albergaba a un individuo acompañado por un inusualmente rico ajuar compuesto por 109 piezas. Se encontraron recipientes de cerámica decorada, gran cantidad de maíz quemado, dos figurillas modeladas en forma de llama y un esqueleto de loro. De igual modo, se registraron elementos que sugieren vinculaciones con el trabajo metalúrgico: mineral de cobre, piedras de molienda, escorias, dos astas de ciervo y dos instrumentos de bronce. En cuanto a las ofrendas de metal, se computaron cascabeles de bronce y 25 objetos de oro (brazaletes, un adorno cefálico, campanillas y figuritas de llamas felinizadas).

El Morro habría sido el lugar de enterramiento de la elite gobernante del pueblo Isla, que, hacia el siglo VIII d.C., dominaba la parte media de la quebrada de Humahuaca, ocupando el individuo de la Tumba 11 el más alto rango social dentro del sistema.
Aquella doble y poderosa condición de los metalurgistas, que combinaba lo técnico y lo esotérico, cimentada a lo largo de los siglos, fue aprovechada por las elites político-religiosas que rigieron los destinos de las comunidades que poblaron el espacio andino. Fueron los metalurgistas del cobre los que les proporcionaron a las clases gobernantes los símbolos en los que se materializaba la ideología que daba cuenta de la marcha del universo y, al mismo tiempo, legitimaba la estructura de la vida cotidiana.

El control de la producción y , sobre todo, de la distribución social de los bienes, constituyó una herramienta estratégica para el surgimiento y la expansión de las complejas organizaciones sociales de los Andes. Así, la producción de bienes metálicos, con su larga y trabajosa cadena de operaciones técnicas cargadas de simbolismo, fue auspiciada por los estamentos políticos y religiosos. En virtud de ello los antiguos metalurgistas fueron capaces de desarrollar en cobre algunas de las más altas expresiones del arte prehispánico.

Etnias conquistadas por los Incas
Ubicación geográfica


Límites del Imperio Inca: por el norte llegaba hasta Pasto (Colombia) y por el sur hasta Constitución (Chile), en el río Maule.
La
región andina, debido a la presencia de la cordillera de los Andes, se caracteriza por la diversidad de su ecología: costas desérticas, parajes tropicales, altiplanos secos y fríos que a simple vista parecen uno de los ambientes menos propicios para la vida del hombre. Sin embargo, los hombres que la habitaron han demostrado a lo largo de muchos siglos, ser capaces no sólo de sobrevivir en tales circunstancias, sino también de dominar el medio geográfico y de crear una serie de civilizaciones florecientes. La más famosa de ellas fue el Imperio Inca, que ocupó un vasto territorio de América del Sur, que comprende los actuales territorios de las Repúblicas de Perú, Ecuador, Bolivia, Argentina, Chile y el sur de Colombia.

Es sobre este territorio y sobre las características señaladas, que se desarrolló política, social, cultural y militarmente, el Imperio del Tawantinsuyo, dominando y domesticando todos los pisos ecológicos descritos y actuando como verdaderos ecologistas, aún antes de que estos conceptos fueran parte de los temas de discusión.

A parte de los conceptos anteriores, los Incas como gobernantes, fueron los primeros estadistas de la América, ya que el gobierno de todos ellos, fue para beneficio de los súbditos del imperio: nunca el imperio pasó hambre, abusos ni injusticias; a pesar que la sociedad incaica era piramidal, siempre la cabeza actuó en beneficio del pueblo, que era la razón de ser del Estado Inca, por mandato del dios Inti.

Orfebrería y metalurgia

El área andina de
Perú, Bolivia y Ecuador fue la cuna de la metalurgia a nivel sudamericano y surgió sin ninguna influencia proveniente del Viejo Mundo.
Existieron dos centros metalúrgicos uno en la zona del altiplano peruano - boliviano y otro en la costa norte en la región
Mochica - Lambayeque. De estos dos lugares se difundieron los conocimientos al sur, hacia Chile y Argentina, y al norte, a Colombia y Panamá para llegar posteriormente a las costas occidentales de México.
La
metalurgia en los Andes tiene una gran antigüedad y sus artífices lograron las más variadas técnicas y aleaciones.
En toda la
costa existieron expertos plateros y durante al apogeo inca sus gobernantes establecieron mitimaes en el Cusco para la producción de objetos suntuarios. Diversos documentos nombran a estos grupos provenientes del Chimú, Pachacamac, Ica y Chincha. Es probable que sus obras siguiesen los gustos estéticos inca. Sabemos del establecimiento en Zurite, cerca del Cusco de unos yanas plateros de Huayna Cápac, provenientes de Huancavilca (actual Ecuador) que residían en tierras del soberano y cuya obligación era fabricar objetos para el Inca.La numerosa presencia en el Cusco de plateros indígenas fue aprovechada posteriormente por los oidores, corregidores y encomenderos para la confección de vajillas personales de oro y plata, burlando la obligación del quinto del rey. Por ese motivo, son escasas las piezas de plata del siglo XVI en el Perú que tengan punzones.

Metalistería
Los objetos de metal constituyen, sin duda, la realización más llamativa de todas cuantas llevaron a cabo los incas. La tradición orfebre, muy antigua en la costa peruana, ocupó un capítulo muy importante dentro de su ajuar. Trabajaron el cobre, el bronce, la plata y el oro siendo el repujado y calado de láminas el procedimiento más utilizado. Las decoraciones son eminentemente geométricas, aunque los motivos antropomorfos y zoomorfos, representados frontalmente conforme a los principios de hieratismo y simetría axial, son bastante frecuentes.

Los alfileres y prendedores para sujetar las prendas de vestir, tupu en lengua quechua, fueron elementos muy corrientes aunque de tipología poco variada. El remate solía ser una lámina muy desarrollada, de forma variable, que en el caso poco habitual de ir decorada, presentaba motivos geométricos muy simples dispuestos en bandas o cenefas. El alfiler de cabeza laminar o circular fue el modelo cuzqueño que alcanzó más difusión y popularidad, pudiéndolo encontrar tanto en Cuzco como en los últimos confines del Imperio.

Otras culturas del periodo intermedio tardío (Chancay, Chimú, Ica-Chincha) desarrollaron un arte figurativo muy rico a base de prendedores rematados por figuras humanas o zoomorfas. Colgantes, collares, aretes, anillos, brazaletes y pulseras son otros tantos objetos fabricados según las técnicas descritas. Los vistosos y ricos tocados que adornaban las cabezas de reyes y nobles (donde confluían materiales como el tejido, la plumería y los metales preciosos) son otros tantos ejemplos de la riquísima orfebrería inca. Encontramos también objetos rituales, utilizados como amuletos u ofrendas, que representan animales y figuras humanas, de bulto redondo, entre los que merece la pena destacar las figuras antropomorfas desnudas con una estilización y geometrización muy señalada, y los estereotipos más comunes de llamas y vicuñas.
Los objetos de metal se encontraban a menudo incrustados de piedras preciosas o semipreciosas. A veces se coloreaban con un ácido natural que bruñía el cobre haciendo salir, de este modo, el brillo del oro o la plata con que estaba aleado. La producción se orientó hacia fines ornamentales. El Inca, la corte y los dignatarios del Estado iban ataviados con pectorales, brazaletes y collares, que ponían de manifiesto su inmenso poder.

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